IV
¿Ves estos ojos tan rojos,
tan rojos y tan dolientes?
Lloraron como torrentes
mis lágrimas por rastrojos,
víctima de sus enojos
buscando nicho en la tierra.
Cansado de tanta guerra
y tanto muerto adiestrado
busqué la razón que entierra
toda mirada al pasado.
A mi corazón maldigo
tantas veces como lloro
y tantas veces lo ignoro
como tantas le persigo.
Eres el premio y castigo
del que vive enamorado,
certero o equivocado
siempre dictas tu sentencia
dejando que la experiencia
hable de ti malhablado.
Voy con paso vagabundo
en busca de una respuesta,
no encuentro boca dispuesta
que me conteste, y me hundo
en el perfil más profundo
de esa duda primitiva
que nos lleva a la deriva
buscando un Dios en las cosas
que creemos engañosas,
siendo sólo perspectiva.
Junto a la piedra se esconde
la penumbra de la sombra,
allí donde el tiempo escombra
y todo se corresponde.
Allí ni el cómo ni el dónde
tienen mayor importancia,
sin altura ni distancia
todo confluye en lo mismo:
la inmensidad del abismo,
la quietud en consonancia.
Estas manos grandes, fuertes,
hechas al trabajo duro,
cavan hoyos de futuro
en las lápidas inertes,
santo y seña de las muertes,
tantas muertes como credos
y oraciones como miedos
sepultados con promesas,
las mismas que están impresas
en la yema de mis dedos.
Décimas escritas por Vicente Mayoralas García, como parte de la serie "La huella del hombre", publicadas en la revista La Rosa Profunda, de la Universidad de Murcia.